[ Para que yo me llame Ángel González]
Para que yo me llame Angel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario um ancho espacio
y um largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
em outro cuerpo nuevo.
Solstícios y equinoccios alumbraron
com su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufrágios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
Lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aqui,
tan sólo esto:
um escombro tenaz, que se resiste
a su ruína, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sítio. El êxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento ...
Eso no es nada
Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido um trozo de madera,
sólo nos quedaria entre las manos
um poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar com toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre lãs manos um poco de agua.
Y si fuese posible aún
oprimir el agua,
ya no nos quedaría entre las manos
nada.
Cumpleaños
Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!
Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.
El derrotado
Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba -último buitre-
el viento.
Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.
Nunca -y es tan sencillo-
podrás abrir una cancela
y decir, nada más: «buen día,
madre».
Aunque efectivamente el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombra para que descanses.
Otro tiempo vendrá distinto a éste...
Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas.»
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.
Son las gaviotas, amor
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
Mar de invierno. El agua gris
mancha de frío las rocas.
Tus piernas, tus dulces piernas,
enternecen a las olas.
Un cielo sucio se vuelca
sobre el mar. El viento borra
el perfil de las colinas
de arena. Las tediosas
charcas de sal y de frío
copian tu luz y tu sombra.
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
Son las gaviotas, amor.
Las lentas, altas gaviotas.
González À. Antologia poética; – Madrid: Alianza Editorial, terceira reimpressão, 2008.